La exposición ‘Óscar Domínguez: entre el mito y el sueño’ reúne en el TEA de Tenerife una colección de óleos, decalcomanías, dibujos, objetos, libros y fotografías del gran pintor surrealista nacido en Tacoronte
Texto: Rosa Cárdenes ( @rosacardenesd )
Fotografías: Jaime Bravo
Una composición con una de las obras del artista en la misma entrada de la sala, La mujer sobre el diván, intenta llamar la atención del público, al que avisa de que esta no es una exposición cualquiera, ni es una exposición tradicional. Óscar Dóminguez: entre el mito y el sueño se puede contemplar en TEA Tenerife Espacio de las Artes, en Santa Cruz de Tenerife, donde residentes y visitantes pueden admirar el trabajo del pintor tinerfeño, impregnado de las formas caprichosas que adopta la naturaleza de Canarias y que algunos surrealistas como André Breton, precursor del movimiento, llamaron “la condición mágica de las Islas”.
La exposición de TEA sobre el pintor nacido en Tacoronte (Tenerife 1906-París 1957) y un gran ilustrador en la época de la Gaceta del Arte se sustenta en diversos recursos expositivos, óleos, decalcomanías, dibujos, objetos, libros y fotografías, huyendo en su presentación y distribución de la fórmula tradicional de una exposición, por cuanto supondría, en opinión del comisario de la muestra, Isidro Hernández, “una traición” a este creador subversivo, excesivo y de renovación constante.
También se han colocado varios sifones en lugares estratégicos de la sala, “que tienen que ver con la liberación de impulsos incontrolados del subconsciente, como buscaba el surrealismo”, comenta Hernández, y que aparecen en la obra de Domínguez, Los sifones, 1938.
Se trata de una selección de las obras que ha adquirido el Cabildo de Tenerife en los últimos 20 años para intentar completar todas las etapas del artista. Incluye algunas piezas en préstamo y es una de las colecciones “más importantes”, junto a la del Museo Reina Sofía y el coleccionista Daniel Filipacchi, de las que existen de este artista canario, “el tercer nombre que España da a la pintura surrealista junto a Joan Miró y Salvador Dalí”, añade.
La primera sala está dedicada a la etapa inicial de Domínguez, en la que están muy presentes las imágenes dobles, “en las que un objeto es lo que es pero también es otra cosa”, y su periodo de influencia daliniana, de principios de los años 30, “donde los elementos se derriten y se confunden con el paisaje, y que tienen mucho que ver con la manera en la que la naturaleza de Canarias, el magma y la geología, han condicionado el paisaje”, indica el comisario de la muestra.
“Los surrealistas que lo conocieron en París decían que Domínguez era un surrealista natural”, explica Hernández. “La lluvia horizontal, el mar de nubes, las playas de arena negra, la corona forestal, todas estas condiciones que para los habitantes de la Isla forman parte de la normalidad, para un extranjero como Bretón era algo extraño y surrealista, y Domínguez está imbuido de toda esa naturaleza”. Incluso cuando abandona Tenerife para vivir en París, en 1936, subraya Hernández, “la Isla y su paisaje está siempre presente en su obra a través de elementos como el drago”, hasta que, en 1957, y con 51 años, se quita la vida.
Esta primera sala incluye también algunas fotos relevantes, como la de la primera exposición internacional surrealista, en 1935, en la que Domínguez hizo de intermediario, y que tuvo lugar en Santa Cruz de Tenerife con la participación y la visita, entre otros, de Breton y Jaqueline Lamba.
Una segunda sala está dedicada al objeto surrealista y cuenta con una de sus obras más importantes, Ouverture o París, 1936, un reloj de bolsillo dentro de un latón perforado con abrelatas, en la que el artista “trata de quitarle al objeto su vida utilitaria y cotidiana para dotarle de una función poética”, apunta el conservador de TEA, además de algunas obras sobre decalcomanía, “un juego con tinta que inventó Domínguez en su búsqueda de plasmar sin pensar y al azar una suerte de discursos incontrolados”.
La siguiente sala reúne otra serie de etapas del pintor, la cósmica, representada por Los platillos volantes, y la picasiana, “y todo gira en torno a una obra muy importante en la trayectoria del artista, la del autorretrato Tête de taureau, en la que el autor juega con la muerte, como en muchas de sus obras”.
En otro de los espacios de la exposición el público puede conocer algo más de Óscar Domínguez gracias a la proyección de un extracto de un documental sobre el perfil del personaje, con la participación de críticos de arte internacionales como Brian Morris. Una última sala, donde los visitantes ven en una de las paredes a un Óscar Domínguez sonriente, recrea el taller del artista, su etapa del triple trazo, y la última etapa de su obra, “fascinado por las azoteas de París”, hasta que fallece el 31 de diciembre de 1957.
“Esa noche lo esperan a cenar y al no llegar lo mandan a buscar, pero lo encuentran sin vida. Por el día elegido y porque antes había enviado cartas de felicitación a sus amigos, creo que fue la última carcajada surrealista del artista”, opina Hernández. “Óscar Domínguez es muchos pintores a la vez, él mismo dijo en muchas ocasiones: ‘he vuelto a cambiar mi forma de pintar’. Siempre se está reinventando y nunca encuentra la forma definitiva de su pintura, es un personaje enormemente insatisfecho”, apunta este experto.
La exposición temporal de Domínguez permanecerá abierta durante meses en el TEA, espacio ubicado en el casco antiguo de la capital tinerfeña, y con el que Tenerife se incorporó a los circuitos culturales europeos desde que abrió en octubre de 2008, con diversas salas de exposiciones en su interior, una gran biblioteca y el Centro de Fotografía Isla de Tenerife. Son miles de personas las que visitan al año este espacio cultural; en 2013 el número de visitantes ascendió a 249.061, en su inmensa mayoría residentes y usuarios de la moderna biblioteca.