Sueños, guanches y mariposas por Óscar Domínguez

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Dos grandes cuadros en los que el artista hace un homenaje a su padre, propiedad del Museo Nacional de Arte Reina Sofía, se incluyen en la exposición ‘La belleza convulsiva’

Rosa Cárdenes (@rosacardenesd)

El simbolismo de Óscar Domínguez y su interpretación de los sueños, las islas, el Teide y el mundo aborigen llega al público a través de dos “grandes obras” del artista canario incluidas en la exposición ‘La belleza convulsiva’ que se puede contemplar en La Laguna, en Tenerife. La exposición sobre el pintor surrealista es una iniciativa de la Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural CajaCanarias y gira en torno a dos grandes cuadros, ‘Cueva de guanches’ y ‘Mariposas perdidas en la montaña’, ambas propiedad del Museo Nacional de Arte Reina Sofía.

‘Cueva de guanches’ (1935) es una reflexión del artista que incorpora una visión del subconsciente de las islas y sus antepasados, explica Fernando Castro Borrego, catedrático de Historia del Arte Contemporáneo de la Universidad de La Laguna y especialista en la obra de Domínguez, quien “se vanagloriaba de que tenía ascendencia guanche, algo que tenía importancia en el movimiento surrealista”. Ambos cuadros, explica el comisario de la exposición, expresan el movimiento político de los años 30, el clima en Europa era convulsivo y se presagiaba la gran catástrofe de la segunda guerra mundial.

Uno y otro cuadro “son homenajes indirectos” a la figura de su padre fallecido en 1931, un terrateniente de Tacoronte que exportaba fruta a Paris al que le atraía la cultura de los antiguos pobladores de las Islas y coleccionaba momias y restos del mundo aborigen. “Domínguez pinta un cuadro asombroso con un fondo negro alquitrán donde sitúa los cuerpos escalonados en anaqueles, como una estantería, que en realidad son arqueología del sueño. En la parte alta hay un pescador desnudo que alza una caña al vacío, y junto a él hay una caja con una llave, que es la caja de los sueños”, apunta Castro.

‘Mariposas perdidas en la montaña’ (1934) representa una montaña de forma flamígera de color azul “que presenta una extraña analogía con ciertas imágenes del Teide que se encuentran en libros de los siglos XVII y XVIII” y que Domínguez pudo contemplar, en opinión del especialista, en los puestos del muelle del Sena. “La montaña tiene una forma extraña, como una llama, y al pie de ella hay unas mujeres que portan llamas”, en lo que constituye, “un ritual de culto que adorna con una caja de mariposas que cuelga de la fumarola del volcán. Este objeto es igualmente una referencia a su padre fallecido, coleccionista de mariposas”, añade.

Estas dos obras acompañan a otros 16 trabajos de Óscar Domínguez (Tenerife 1906-París 1957) que componen la exposición a la que da nombre el lema de la belleza convulsiva enunciado por el creador del movimiento francés y “cabeza visible” del surrealismo, movimiento que apela al mundo subconsciente, el automatismo psíquico puro, el azar y la interpretación de la realidad a través de los sueños. La belleza será convulsiva o no será, decía André Bretón.

“El surrealismo encuentra en Óscar Domínguez una plasmación fiel que, de ninguna manera, puede entenderse con una postura oportunista del artista. En Domínguez hay una encarnación de los principios trágicos del surrealismo. Su vida fue una visión convulsiva que le llevó finalmente al suicidio”, apunta el comisario de la exposición, la segunda monográfica que realiza en torno a la figura del pintor y al que dedicó su tesis publicada por la editorial Cátedra en 1975.

Otro de los cuadros que se pueden contemplar en la Fundación Cristino de Vera es ‘La costurera’, en el que Domínguez rinde testimonio de su amistad con el poeta y crítico Paul Éluard, “y al que guardó lealtad en un momento en que el artista canario fue víctima de las guerras internas del movimiento surrealista. En realidad la costurera es la madre de Éluard”, dice Castro, y corresponde a una etapa en la que “ya no aparecen en su obra las amputaciones, los cataclismos geológicos, la mujer niña ni la mujer objeto, que es reemplazada por la mujer musa”. El artista, añade Castro, cae en la influencia de Picasso “pero desarrolla un mundo picasiano muy particular y crea la obra de triple trazo”.

Pese a esa atmósfera de tranquilidad plasmada en su obra, según este especialista, el drama sigue latente en el artista y escribe el libro de poesía ‘Los dos que se cruzan’, que “refleja la naturaleza escindida de su mente” e iba avanzando en él la acromegalia, enfermedad que le produjo un agrandamiento del cráneo y de las manos. Recuerda además que Domínguez, del que destaca su gran capacidad imaginativa, fue el inventor de la decalcomanía y un gran creador de objetos surrealistas.

 

 

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