Las víctimas del SAR de 2015 fueron examinadas, veladas e incineradas en menos de 12 horas

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El padre del sargento Jhonander Ojeda asegura que se disuadió a las familias para que no reconocieran los restos y que su hijo menor intentó sin éxito ver el cuerpo de su hermano

 

Francisco Ojeda enfureció un año después al saber que el Ejército iba a condecorar a los forenses, después de haber escatimado una medalla a Jhonander tras sobrevivir a un primer accidente en 2014

 

 

@teresacardenes

 

Tres militares del Ejército del Aire murieron el 22 de octubre de 2015 en circunstancias todavía sin aclarar cuando el helicóptero del SAR en que viajaban cayó al mar a 500 kilómetros al Sur de Canarias, en el segundo siniestro de este escuadrón en menos de 19 meses. El trágico episodio arrancó envuelto en un surrealismo total después de que el Ministerio de Defensa diera en un principio a los militares por rescatados y a salvo en un pesquero marroquí del que nunca más se supo. El día en que cayó, el helicóptero volaba a unas 40 millas de un área marina reservada por Marruecos para ejercicios de tiro naval. Defensa tardó 10 días en localizar y sacar del fondo del mar el helicóptero y los cuerpos de los tres militares. Pero luego le entraron las prisas: con los cuerpos ya en tierra, Defensa consiguió que los cadáveres fueran trasladados, examinados, velados en un funeral y finalmente incinerados esa misma noche, a toda prisa y en un tiempo record inferior a 12 horas. En este segundo accidente murió el sargento Jhonander Ojeda, único superviviente del siniestro del SAR de 2014. Su padre, Francisco Ojeda, relata que su hijo menor intentó sin éxito ver el cuerpo de su hermano y que las autoridades disuadieron a las familias para que no vieran sus restos. Pero Ojeda tiene además atragantada la condecoración que el Ejército del Aire entregó un año después a los forenses que examinaron a los fallecidos, después de haber escatimado a su propio hijo una medalla que no recibió hasta que ya había muerto.

La segunda tragedia del SAR en Canarias en 19 meses se cobró la vida de los pilotos José Morales Rodríguez y Saúl López Quesada, pero también del sargento Jhonander Ojeda Alemán. Este joven recio y noble había logrado sobrevivir en marzo de 2014 al otro accidente de un helicóptero del SAR en Canarias, en el que perdieron la vida cuatro militares. El 22 de octubre de 2015, el joven Jhonander cumplía 27 años, pero su buena estrella naufragó en este segundo accidente, para el cual no hay explicación oficial alguna un año y medio después. No era la única coincidencia trágica: José Morales, comandante de la nave, era el mismo piloto que el 20 de marzo de 2014 había trasladado a Jhonander desde un barco de la Armada hasta la base aérea de Gran Canaria apenas unas horas después de ser rescatado flotando en el mar tras el primer accidente.

En los últimos 17 meses, Francisco Ojeda se ha esmerado por mantener viva la sonrisa franca de su hijo incluso en los tragos más amargos de su proceso de duelo. Pero difícilmente olvidará el día de la Virgen de Loreto, patrona de la aviación, tanto de 2015 como de 2016. Cuando su hijo sufrió el primer accidente, Francisco Ojeda batalló por escrito con el Ministerio de Defensa para que el departamento de Pedro Morenés otorgara a su hijo una medalla al mérito aeronáutico con distintivo amarillo por haber estado en riesgo de morir en marzo de 2014. El joven, que había esquivado la muerte casi milagrosamente, se había sentido ofendido cuando supo que solo le distinguirían con la medalla con distintivo blanco, equivalente a un reconocimiento de buena conducta. Pero cuando Defensa cambió de opinión tras la movilización de su padre y accedió a otorgarle la amarilla, ya era demasiado tarde: la medalla se le concedió en julio de 2015 y se le iba a entregar el 12 de octubre, pero el joven partió hacia Senegal de maniobras y se pospuso hasta diciembre. Demasiado tarde. El joven no pudo sobrevivir al segundo accidente, así que la distinción le llegó dramáticamente en su funeral. Al final, un total de cuatro medallas le fueron entregadas a su padre, dos por el primer siniestro y otras dos por el segundo, cuando ya había fallecido.

El siguiente mes de diciembre, ya en 2016, Francisco Ojeda había sido invitado a asistir en la Base Aérea de Gando al día de la patrona, donde se iba a rendir un homenaje genérico a todos los caídos, en uno de los reiterados intentos del Ejército del Aire de esquivar un reconocimiento expreso a las siete víctimas del SAR y en particular a José, Saúl y Jhonander. Un día antes fue avisado de que se iba a producir un gesto que quizá le pudiera resultar incomprensible: la entrega de una condecoración a los médicos forenses que habían participado en el reconocimiento de los restos mortales de su hijo y las otras dos víctimas del segundo accidente. Francisco Ojeda aún no puede reprimir un airado sentimiento de ofensa: “Yo tuve que estar detrás de ellos para que le reconocieran a mi hijo el derecho a su medalla. ¿Qué es lo que debe el Ejército para entregar esas condecoraciones a los forenses?”.

La explicación oficial fue en su día la diligencia con que dos profesionales del Instituto de Medicina Legal realizaron las autopsias de los tres cuerpos rescatados del fondo del mar. La rapidez fue ciertamente extrema. El cuerpo de Jhonander fue el último en ser rescatado por los buzos de la Armada, el sábado 31 de octubre de 2015. En el mismo barco y en un mismo viaje, las tres víctimas fueron trasladadas desde la zona de rescate hasta Gran Canaria, donde fueron desembarcados en la mañana del domingo 1 de noviembre. A las cuatro de la tarde, los periodistas que cubrían el caso empezaron a saber extraoficialmente que el funeral se celebraría a toda velocidad solo cuatro horas después, a las ocho de la tarde. Sobre las diez de la noche, los tres cuerpos emprendieron su último viaje hacia el tanatorio de San Miguel, en Las Palmas de Gran Canaria, para su inmediata incineración. No habían pasado ni doce horas desde su llegada a la isla.

¿Qué había sucedido en esas vertiginosas horas previas? Francisco Ojeda cree que el ministro Pedro Morenés “tenía prisa” por marcharse de Gran Canaria, donde había permanecido varios días haciendo seguimiento de la búsqueda en compañía de su mano derecha y ex jefe del Mando Aéreo de Canarias, el general Javier Salto Martínez-Avial, que este lunes tomó posesión como nuevo jefe del Estado Mayor del Aire.

Pero las prisas no se quedaron solo en la organización del funeral. Francisco Ojeda sostiene que varios familiares se interesaron aquella tarde por saber si era posible ver los cuerpos de los fallecidos y que las autoridades les disuadieron de hacerlo, con el argumento de que se encontraban en mal estado tras permanecer una semana bajo el mar. Y que otros preguntaron si no se iban a hacer pruebas de ADN, a lo que se les contestó que no era necesario. Ojeda explica que su hijo menor también quiso ver a Jhonander antes de la incineración. “Le dijeron que todo estaba ya herméticamente cerrado y que no era posible”.

Sobre las diez de la noche, los tres féretros salieron por separado de la Base Aérea de Gando en tres coches diferentes con destino al tanatorio. Ojeda siguió al de su hijo y en San Miguel acabó todo. El padre de Jhonander considera que la debilidad de las familias, el cansancio y los tranquilizantes que se les dispensó mientras permanecieron en la Base como dentro de una burbuja contribuyeron a que nadie se preguntara por qué tanta prisa.

Este segundo accidente del SAR ha resultado ser una incógnita mucho más difícil de despejar que el primer siniestro de 2014. Y su investigación quedó rodeada desde el minuto uno de un gran hermetismo, después de que el juez togado que instruye la causa, el mismo que lo hace con el primer accidente, decretara el secreto de las actuaciones. Uno de los pocos datos contrastados es que la aeronave volaba a plena luz del día hacia Gran Canaria bordeando en el Atlántico la zona de exclusión Delta / Dakhla, reservada por Marruecos para ejercicios de tiro naval. Esta zona de exclusión impedía sobrevolar esta zona y estaba activada y notificada tanto a efectos civiles, como militares.

En las semanas siguientes al accidente, Defensa confirmó a esta web que, conforme a la señal de la baliza de emergencia, el Súper Puma accidentado estaba fuera de la zona de exclusión y al menos a 40 millas de distancia hacia el Oeste. Sin embargo, nunca confirmó si aquel día se estaban realizando o no maniobras de tiro naval.

El helicóptero cayó al mar por causas desconocidas y supuestamente permaneció un tiempo semisumergido antes de hundirse a algo más de doscientos metros de profundidad. Las circunstancias de la caída no se han aclarado. Tampoco la gran confusión que reinó en torno al episodio, incluyendo los datos nunca confirmados de que el helicóptero tenía desplegada la flotabilidad de emergencia y activado el lanzamiento de un líquido que colorea el agua para facilitar la localización de una nave en apuros.

El único dato claro es que un satélite detectó aquella tarde una señal de la baliza de emergencia del helicóptero cuando éste volaba de regreso tras participar en unas maniobras de adiestramiento en Senegal. Cuando se verificó que no era una falsa alarma, el Ejército del Aire activó un dispositivo de búsqueda que incluyó el rastreo con unidades de F-18 en configuración de combate, el que usualmente tienen estos aviones cuando prestan servicio como policía del aire y están preparados para interceptar aeronaves sospechosas.

El padre de Jhonander Ojeda respiró aliviado cuando horas después, Defensa anunció en su cuenta de Twitter que los tres tripulantes habían sido localizados con vida y a salvo en una balsa y que se encontraban a bordo de un pesquero marroquí. También fue el primero que a las siete de la mañana del día siguiente, empezó a temerse lo peor cuando la luz del alba despuntó sin que el supuesto pesquero apareciera por ningún sitio. No se equivocó: no había ningún pesquero, ni tampoco supervivientes. Una larga y angustiosa semana después, el juez togado militar que instruye la causa dio oficialmente por fallecidos a los tres militares. Lo hizo desde la cubierta de un barco de la Armada, el que alojaba a los buzos que localizaron primero el helicóptero y luego tres cuerpos atrapados en su interior.

Por si las incógnitas eran pocas, Francisco Ojeda vivió hace pocas semanas otro extraño episodio cuando le llamaron desde el Juzgado Militar que instruye la causa para que acudiera a recoger algo relacionado con su hijo. Cuando se personó en las dependencias, le dijeron que tenían que hacerle entrega de unos efectos personales que pertenecían al militar y que habían sido enviados a España por las autoridades de Senegal. Se trataba del teléfono móvil y del DNI de Jhonander Ojeda, que según le dijeron se habían encontrado en Senegal “en medio del campo”. Al padre le llamó la atención el perfecto estado en que se encontraba el documento de identidad de Jhonander. Pero más aún que el teléfono pareciera haber estado sumergido en agua y que de su interior se hubiera borrado todo el contenido, excepto cuatro fotos personales de su hijo.

 

 

 

 

 

 

 

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